PUBLICADO EL 18 DE ENERO DE 2010 por CARLOS ARAUJO
En mi
lejana infancia, recuerdo que muchas mujeres utilizaban la cera virgen para
lustrar pisos. Algunas imprudentes la mezclaban con nafta o aguarrás y luego la
derretían en un recipiente que colocaban en un calentador. Este procedimiento
provocó más de un incendio, graves heridas e incluso muertes. De todos modos,
eso no disminuyó un ápice el uso del calentador, conocido popularmente como el
“Primus”, marca legendaria en esos tiempos.
Llegó a nuestro país en las
primeras décadas del siglo XX y cumplió un papel importantísimo en la vida
familiar. Incluso el tango lo inmortalizó en aquellas estrofas tan conocidas de
“El bulín de la calle Ayacucho”, cuando dice:”el Primus no me fallaba, con su
carga de aguardiente; y habiendo agua caliente…etc.”
El
calentador Primus se constituyó en un artículo infaltable en todos los hogares
porteños. Originario de Suecia, para otros de Noruega, estaba construído en
bronce, tenía tres patas de hierro y era alimentado a kerosén. Los había de tres
tamaños: pequeño, mediano (el más usado) y grande. Se lo utilizaba en diversas
tareas, aunque preferentemente era infaltable en la cocina. Hubo amas de casa
que lo adoptaron inmediatamente porque reducía el tiempo de cocción de los
alimentos y muchas lo lucían orgullosas después de bruñirlo prolijamente.
En la década del treinta, en el
invierno nos reuníamos en la cocina para calentar manos y pies con un brasero
alimentado a carbón. Fue todo un acontecimiento la aparición del calentador a
presión que también se utilizó como estufa e incluso, para calentar el carbón.
No solo se lo usaba como estufa o cocina, también se acostumbraba colocar en
una ollita agua y algunas hojas de eucaliptus, con el objeto de aromatizar el
ambiente o, en los casos de un resfrío, para inhalar los vapores cubriéndose la
cabeza con una toalla.
Un aspecto interesante era el
procedimiento de encendido, que muchas veces se convertía en una auténtica
proeza. El combustible utilizado para encenderlo era alcohol de quemar que se
colocaba en una alcuza con un pico vertedor. El líquido se volcaba procurando
no desbordar la canaleta circular que rodeaba el mechero. Antes de consumirse
totalmente el alcohol, lograda la temperatura adecuada, se bombeaba el kerosén
generando en su interior la presión necesaria para impulsarlo por el mechero.
Al tomar contacto con las llamas de la canaleta se encendía el artefacto que
emitía una llama azulada.
En muchas ocasiones, cuando la
temperatura obtenida no era suficiente, al bombear, el kerosén se volatilizaba
sin encenderse provocando una humareda descomunal, lo que obligaba a
reiniciar todo el proceso. Otro recurso, cuando se carecía de alcohol,
era bombearlo en frío provocando la salida del combustible que se encendía
mediante un fósforo. Generalmente funcionaba, pero producía una gran humareda
impregnando el ambiente de un desagradable olor.
A veces se presentaban
inconvenientes cuando se tapaba el mechero debido a impurezas del kerosén. Este
es un capítulo aparte, ya que expendedores inescrupulosos solían mezclarlo con
agua. En ese caso, se recurría a una pequeña aguja montada en una pieza de
metal, que se introducía repetidamente en el mechero hasta lograr destaparlo
totalmente. Otro problema generado por la imprudencia, se suscitaba con
aquellas personas que en lugar de kerosén y con el propósito de evitar la
suciedad y aumentar el poder calórico utilizaban nafta, mezclándola o pura. Las
crónicas periodísticas de aquellos años abundaban en casos de quemaduras,
incendios e inclusive muertes por ese motivo.
De todos modos no cabe duda del
protagonismo que tuvo el Primus. Era común verlo en todos los hogares, ya sea
de clase media o pobre. Ubicado sobre una mesa, cajón o banco, llegó a ser el
servidor más eficiente dentro de la cocina porteña, ya que cocinaba más rápido
que la hornalla a carbón. Además solucionaba los problemas de los habitantes de
los conventillos que estaban obligados a dormir y cocinar en un único ambiente.
Cuando caía en desuso se
transformaba en un juguete interesante: los chicos lo llenaban de agua y luego
bombeaban provocando la salida del agua a presión, huyendo ante los gritos de
la madre o de la abuela, desesperadas por el enchastre provocado. Otro destino
que se le dio fue el de velador artístico. Hoy es frecuente verlo en las casas
de antigüedades. El Primus fue el calentador que nos acompañó en aquellos
tiempos en los que no sentíamos nostalgias del Buenos Aires que se fue.
Fuente: “Música,
Recuerdos y… algo más”. FM 97.9 Radio Cultura. Emisión Nº 38. 6 Enero de 1999
NOTA: blogs.monografias.com
FOTO: uruguayaldetalle.blogspot.com