domingo, 23 de abril de 2017

CALENTADOR DE ANTAÑO




PUBLICADO EL 18 DE ENERO DE 2010 por CARLOS ARAUJO

En mi lejana infancia, recuerdo que muchas mujeres utilizaban la cera virgen para lustrar pisos. Algunas imprudentes la mezclaban con nafta o aguarrás y luego la derretían en un recipiente que colocaban en un calentador. Este procedimiento provocó más de un incendio, graves heridas e incluso muertes. De todos modos, eso no disminuyó un ápice el uso del calentador, conocido popularmente como el “Primus”, marca legendaria en esos tiempos.

Llegó a nuestro país en las primeras décadas del siglo XX y cumplió un papel importantísimo en la vida familiar. Incluso el tango lo inmortalizó en aquellas estrofas tan conocidas de “El bulín de la calle Ayacucho”, cuando dice:”el Primus no me fallaba, con su carga de aguardiente; y habiendo agua caliente…etc.”

El calentador Primus se constituyó en un artículo infaltable en todos los hogares porteños. Originario de Suecia, para otros de Noruega, estaba construído en bronce, tenía tres patas de hierro y era alimentado a kerosén. Los había de tres tamaños: pequeño, mediano (el más usado) y grande. Se lo utilizaba en diversas tareas, aunque preferentemente era infaltable en la cocina. Hubo amas de casa que lo adoptaron inmediatamente porque reducía el tiempo de cocción de los alimentos y muchas lo lucían orgullosas después de bruñirlo prolijamente.

En la década del treinta, en el invierno nos reuníamos en la cocina para calentar manos y pies con un brasero alimentado a carbón. Fue todo un acontecimiento la aparición del calentador a presión que también se utilizó como estufa e incluso, para calentar el carbón. No solo se lo usaba como estufa o cocina, también se acostumbraba colocar en una ollita agua y algunas hojas de eucaliptus, con el objeto de aromatizar el ambiente o, en los casos de un resfrío, para inhalar los vapores cubriéndose la cabeza con una toalla.

Un aspecto interesante era el procedimiento de encendido, que muchas veces se convertía en una auténtica proeza. El combustible utilizado para encenderlo era alcohol de quemar que se colocaba en una alcuza con un pico vertedor. El líquido se volcaba procurando no desbordar la canaleta circular que rodeaba el mechero. Antes de consumirse totalmente el alcohol, lograda la temperatura adecuada, se bombeaba el kerosén generando en su interior la presión necesaria para impulsarlo por el mechero. Al tomar contacto con las llamas de la canaleta se encendía el artefacto que emitía una llama azulada.

En muchas ocasiones, cuando la temperatura obtenida no era suficiente, al bombear, el kerosén se volatilizaba sin encenderse provocando una humareda descomunal, lo que obligaba a reiniciar  todo el proceso. Otro recurso, cuando se carecía de alcohol, era bombearlo en frío provocando la salida del combustible que se encendía mediante un fósforo. Generalmente funcionaba, pero producía una gran humareda impregnando el ambiente de un desagradable olor.

A veces se presentaban inconvenientes cuando se tapaba el mechero debido a impurezas del kerosén. Este es un capítulo aparte, ya que expendedores inescrupulosos solían mezclarlo con agua. En ese caso, se recurría a una pequeña aguja montada en una pieza de metal, que se introducía repetidamente en el mechero hasta lograr destaparlo totalmente. Otro problema generado por la imprudencia, se suscitaba con aquellas personas que en lugar de kerosén y con el propósito de evitar la suciedad y aumentar el poder calórico utilizaban nafta, mezclándola o pura. Las crónicas periodísticas de aquellos años abundaban en casos de quemaduras, incendios e inclusive muertes por ese motivo.

De todos modos no cabe duda del protagonismo que tuvo el Primus. Era común verlo en todos los hogares, ya sea de clase media o pobre. Ubicado sobre una mesa, cajón o banco, llegó a ser el servidor más eficiente dentro de la cocina porteña, ya que cocinaba más rápido que la hornalla a carbón. Además solucionaba los problemas de los habitantes de los conventillos que estaban obligados a dormir y cocinar en un único ambiente.

Cuando caía en desuso se transformaba en un juguete interesante: los chicos lo llenaban de agua y luego bombeaban provocando la salida del agua a presión, huyendo ante los gritos de la madre o de la abuela, desesperadas por el enchastre provocado. Otro destino que se le dio fue el de velador artístico. Hoy es frecuente verlo en las casas de antigüedades. El Primus fue el calentador que nos acompañó en aquellos tiempos en los que no sentíamos nostalgias del Buenos Aires que se fue.

Fuente: “Música, Recuerdos y… algo más”. FM 97.9 Radio Cultura. Emisión Nº 38. 6 Enero de 1999

NOTA: blogs.monografias.com

FOTO: uruguayaldetalle.blogspot.com 

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