El nacimiento de la aviación en nuestro país. Como parte de los festejos del centenario de la Revolución de Mayo, hace un siglo, se inauguraba el aeródromo de Villa Lugano-(1910-2010)
Emile Eugene Aubrun toma conciencia del momento que le toca protagonizar: va a inaugurar oficialmente el primer aeródromo nacional. Acomoda su ropa y su casquete de cuero y trepa al Bleriot que lo esperaba en el extremo de la pista. Los asistentes se abocan a sus tareas: descalzar las ruedas, asegurarse el despeje del trayecto y, finalmente, en sincronismo con el piloto, impulsar a mano la hélice a modo de arranque, tomando todas las precauciones para alejarse ante el primer amago de ignición del motor.
Vuelan como pájaros a ¡60 kilómetros por hora! Las publicaciones de la época promocionaban el festival aéreo que se desarrollaría como parte de los festejos del centenario de la Revolución de Mayo.
Se formaron comités encargados de la programación de actos entre los que, como presidente de la Sportiva y miembro de la Comisión del Aero Club, el barón De Marchi se comprometió a traer destacados aviadores europeos –con sus máquinas– como instructores de los noveles nacionales y como pilotos de sus propios aparatos en la exhibición. Pero había que contar con un aeródromo para llevarla a cabo.
Se formaron comités encargados de la programación de actos entre los que, como presidente de la Sportiva y miembro de la Comisión del Aero Club, el barón De Marchi se comprometió a traer destacados aviadores europeos –con sus máquinas– como instructores de los noveles nacionales y como pilotos de sus propios aparatos en la exhibición. Pero había que contar con un aeródromo para llevarla a cabo.
Hacía un par de años que José Soldati, con un loteo, había reparado en las bondades de la horizontalidad del fértil valle del Riachuelo, serpenteante río de llanura, lejos todavía de ser derecho por su traza y torcido por el contenido de sus aguas. Por entonces sólo existían, como senderos, las actuales calles troncales: Larrazábal, Tellier, avenida Roca...; lo demás, campo y quintas. La concreción se logró con una propiedad de Fiorito Hnos. Un rectángulo de unos 700 metros de largo por 400 de ancho, según las precisiones que pudieron obtenerse a partir de un relevamiento aerofotográfico de 1936, delimitado por las actuales calles Chilavert, Murguiondo, Madariaga y Lisandro de la Torre.
Las instalaciones, acordes con el motivo inicial de sus orígenes, tenían tribunas de doscientos metros de extensión aparte de los ocho galpones levantados para hangar y taller de las máquinas. Provisión de agua a través de molino propio, señalización adecuada –reglamentaria– y una pista de tierra afirmada. El aeródromo de Villa Lugano resultó la escuela de los primeros aviadores argentinos: Teodoro Fels, Jorge Newbery, Florencio Parravicini y Amalia Figueredo, entre otros, recibieron brevets conseguidos en ese campo. Y en él se fabricaron los primeros aviones de construcción nacional, que superaron el mero ensamble de piezas importadas, al incorporar materiales de producción local. Los talleres de Lugano, dirigidos por el ingeniero francés Paul Castaibert, lucían con orgullo esa distinción que se extendió a la provisión a países vecinos, como el Uruguay, con quien se comercializó una flotilla de aquellas aeronaves.
El aeródromo de Villa Lugano se mantuvo operativo hasta 1934. Diversas razones contribuyeron a su cierre, entre las que predominaron la aparición de nuevos asentamientos para tal fin y las dificultades para una imprescindible ampliación ante la proliferación habitacional del entorno.
NOTA: extracto de la nota de Horacio Cafferata en el sitio: periódicodesdeboedo.blogspot.com
FOTO 1: periódicodesdeboedo.blogspot.com
FOTO 2: eltelegrafo.com